La cena de Nochevieja
Antiguamente la cena de Nochevieja tenía caracteres de familiaridad y de vecindad compartida. Por lo general se reunían varias familias amigas en una sola casa para celebrar la despedida del año viejo y la entrada del nuevo. Al no haber misa nocturna podía apurarse la sobremesa todo el tiempo deseado sin límite para juerga, canciones y copeo abundante. El menú guardaba una gran similitud con el de Navidad.
Las mujeres solían jugar a las cartas (a la brisca) y sobre todo a la lotería, afición muy femenina aún conservada en muchos pueblos. Después, gozadas las campanadas de medianoche, se procedía a las rifas de los santos y de los novios.
Para rifar el santo se escribían los nombres de diversos santos en papeles diferentes, que se depositaban en una bolsa. En otra iban otros papeles con los nombres de cada asistente. Una mano inocente sacaba un papel de cada bolsa de forma que a cada persona le correspondiera un santo: ése sería su patrono durante el año.
La rifa de los novios guardaba un rito similar: una bolsa con nombres de mozos, otra con nombres de mozas, y una mano inocente para efectuar el sorteo. El galán estaba obligado a obsequiar a la moza asignada con dulcerías o pequeños regalos, fórmula que servía de excusa para el inicio de un noviazgo más formal. Generalmente este sorteo tenía como final una juerga callejera, de casa en casa, entre villancicos, canciones y danzas.
Hoy la Nochevieja exige salir fuera de casa. Los restaurantes ofrecen tentadores menús con un remate final de cotillón, palabra horrible de extraño significado pero que, por lo que se ve, dice mucho a la clientela. Son, pues, otros tiempos y otras formas de vivir la Navidad y la Nochevieja que nunca sabremos si fue mejor o peor.