Las materias primas
«Aun cuando Asturias es una región privilegiada para el cultivo de los árboles frutales, y el rendimiento económico de los mismos solamente puede compararse al que se obtiene de los productos de la huerta, nuestros agricultores no le dan la debida importancia, y en la mayoría de los casos los frutales pasan a ser cosa secundaria en el conjunto de la casería».
Estas palabras abren el capítulo I del libro El cultivo frutal escrito en 1963 por el ingeniero agrónomo Sergio Álvarez Requejo, entonces responsable de la Estación Pomológica de Villaviciosa, hoy Centro de Experimentación Agraria. Palabras que simultanean dos afirmaciones enfrentadas: una, de riqueza; la otra, de pesimismo.
La fertilidad del suelo asturiano y la abundancia de los dones que regala es una constante que se ha repetido hasta la saciedad a lo largo de este libro y, lógicamente, no podía tampoco faltar ahora a la cita:
«¿Y de frutes? ¡Dios m'asista!
Yo non puedo numeralas,
porque país por país
naide al Principáu iguala.
Pos hai ñisos, cerigüeles,
y prunos, qu'en una plaza
dan por un ochavu a un neñu
una montera apiñada.
Hay figos de San Miguel,
de San Xuan, exhorbitancia;
albaricoques, marmiellos,
peruyes, pera, manzana;
el cadápanu, l'albornín,
el llimón y la naranxa,
la castaña, la cereza,
la guinda, la nuez, l'ablana,
el arándanu, el brusel,
el mirándanu y granada
el melocotón, duraznu,
el piescu en grandura tanta
que son como la cabeza
d'una neñina tamaña.
Damascu como dos puños,
pavía com'una xarra,
el cidrón y la grosella,
la llima dulce y la amarga,
piñones y figos chumbos
como los de l'otra banda,
recimos blancos y negros
y la mora colorada.
Vamos, dígame en concencia,
¿tanta fruta non lu plasma?».
Posiblemente esta sobrada abundancia de frutales y de frutos haya sido causa de una relativa despreocupación frente a las artes y técnicas de cultivo, fiando más el campesino en la acción solitaria de la naturaleza que en el trabajo que requiere una actividad que debiera ser orientada con carácter de rentabilidad empresarial. Como escribía a finales del siglo pasado el autor de la Guía del Agricultor y Jardinero, pequeño librito dedicado a José Longoria Carvajal, «algunos agricultores han dado en la costumbre de no cuidar estos arbolitos, los cuales no entendiendo nuestros plantíos, abren los hoyos, entierran el árbol... y San Antonio te florezca».
Los frutales, salvo el manzano, han sido para los asturianos como algo complementario dentro de las labores campesinas. Un regalo natural destinado en primer lugar al consumo doméstico y después, si había posibilidad, un artículo de venta para compensar necesidades de la casa.
Aquella frase, puesta en boca de un Paisanín que llevaba una cesta de higos al párroco: «cómalos usted, señor cura, que en casa no los quieren ni los gochos», es sobradamente significativa. Tal parece una consecuencia de la estampa que cantara Teodoro Cuesta:
«Y figos! Válgame'l cielu!
Escurro que cuadró añada
pos hay peste, y, por un cuartu
el más famientu se farta».
Actualmente los tiempos han cambiado algo esa mentalidad de dejar hacer a la naturaleza y el agricultor se preocupa más por conocer técnicas de cultivo, métodos y tratamientos fitosanitarios, etc. De nuevo vuelven a verse pomaradas plantadas y cultivadas racionalmente, plantaciones de perales según modernas tecnologías, etc. Uno de los árboles que se ha impuesto últimamente en el Principado es el kiwi, perfectamente adaptado al suelo y climatología asturianos.
En cambio, se han ido abandonando algunos otros frutales que antaño abundaban por tierras astures: el membrillo, el níspero (carapanal), la vid..., son ejemplos de estas pérdidas de asturianía.